por Wiliam Ajanel
Desde que el hombre aprendió a escribir y comunicarse, y conociendo que la lengua no tiene huesos, cualquiera puede señalar, criticar, juzgar, y hasta agredir a sus semejantes. Sucede que hoy en día no importa tanto lo que se sabe de las ideologías de nuestros "adversarios" [si por acaso se les puede llamar así] trasciende más el simple hecho de que es mi contrario o que piensa diferente, y no me importa si no se ni un arroz sobre sus bases ideológicas y/o políticas, lo que importa es que se vea mal.
Como todo joven/adolescente tuve une época de total apatía hacia los temas que tuvieran que ver con opinión y en específico de política, pero cuando me inicié en el buen hábito de la lectura [muy tarde a mi parecer, casi a la mayoría de edad] me encontré con la triste situación de que la mayor parte de la gente que decía y dice defender alguna creencia o alguna ideología, sencillamente lo hacía por deporte nacional, familiar o por algún interés ajeno a sus seudo-posturas.
Me tomó quizá un par de años leerme libros, tratados, ensayos, obras, estadísticas, noticias y cualquier cosa relacionada con la postura intelectual con la cual me sentía más cómodo e identificado, pero de pronto me encontré con un problema:
¿Qué le dices a alguien que piensa algo completamente distinto a lo tuyo, sin caer en la bajeza de los insultos o argumentaciones inconsistentes?
En este sentido, resulta muy complicado, por no decir imposible, querer encontrar fallas o deficiencias en alguna postura intelectual o ideológica sin previo conocimiento de la misma, en su grado más básico y elemental, es decir, ahora mismo yo no me atrevería a hacer algún ensayo o un artículo que hable sobre los problemas socioculturales de los niños del sur de Corea, para empezar porque no conozco ese lugar, segundo: no se nada de psicología, [al menos en un sentido profesional] tercero: carezco de datos y estadísticas que apoyen mi teoría, y por último y más importante: No tengo dinero para viajar hasta allá [chiste malo]
Regresando al tema, me que parece más que una obligación o un capricho intelectual, la documentación es una cuestión de sentido común, el hecho de documentarse para poder objetar y dar un punto de vista de algo también nos empuja a sumergirnos más en el conocimiento de los temas que nos llaman la atención.
Por otro lado, también considero que la calidad de nuestra opinión será directamente proporcional al conocimiento que tengamos de un tema, la academia resulta indispensable para ello, aunque sin duda alguna, hay aficionados natos que sin necesidad de acreditarse académicamente llegan a un conocimiento admirable de ciertos temas, aunque el método no sea muy distinto: La documentación.
Cuando de opinar se trata, por muy trivial que pueda parecer el tema, la documentación es importante, porque a parte de todo lo que se ha mencionado, nos brinda un respaldo intelectual con el cual podemos asegurarnos de estar o no en lo correcto.
No dejemos de hacernos preguntas del tipo: ¿Quién dice eso? ¿Cómo sabes que es así? ¿Dónde lo has leído? ¿Tienes algo que respalde eso? La opinión es uno de los ejercicios intelectuales, a mi parecer de los más útiles, ya que podemos construir ideas y criterios en base a lo que los demás piensan y opinan, imaginémonos cuanto más enriquecedora sería si la mayoría estuviéramos los suficientemente documentados.
La tarea más difícil se concentra en meditar antes de opinar, ya que en los actuales medios se sufre de mucho estrés y dejamos en ocasiones que hable nuestro enojo, nuestro ego y si, lamentablemente nuestra ignorancia.
Por último les dejo esta anécdota: Un día conversábamos con un amigo [que aprecio bastante, si me lees no te asustes que no pongo tu nombre ;-)] sobre trivialidades y la telebasura, y de pronto le preguntamos si había visto los Golden Globe Awards, a lo que nuestro querido amigo respondió: Lo siento es que no he visto fútbol [WTF?]
Un saludo, y recordemos que: Si lo que vamos a decir no es más bello que el silencio...
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