miércoles, 17 de marzo de 2010


Insúltame, desvía la atención, habla mal de mi familia y de mi perro; pero aún así... estás equivocado

por Wiliam Ajanel

El insulto y la descalifición; esos grandes forjadores de la opinión pública e individual ¿Qué sería de aquellos grandes oradores y líderes de opinión si no existiesen las mentiras, los insultos, los eufemismos y cosas a las cuales culpar de nuestra incompetencia? El arte de mentir trae consigo una variedad de atributos que conjugados, manifiestan el espíritu pintoresco de la hipocrecía y el error.

Durante siglos, nos hemos refinado en el arte de descalificar a los individuos en vez de razonar con ellos; no es extraño que tan arraigada costumbre pretenda instituirse en el ámbito social a través de los medios y la comunicación social. Porque ya no extraña que al escuchar a aquel pretencioso político demagogo, detectemos ciertas ínfulas de auto proclamada superioridad moral frente a sus adversarios. No escandaliza que seudo líderes sociales y mediáticos al verse acorralados por su ineptitud, no tengan más recurso que lanzarse al cuello ajeno para chupar las venas de una mala reputación y así parecer menos equivocados y malos que los demás.

¿Desde cuando aceptar los errores pasó de ser una virtud a una muestra de inferioridad y escasez mental? Pero lejos de brindarnos una oportunidad de mejorar como humanos, dichos errores nos acorralan y en nuestra desesperación, corremos ofuscados hacia las falacias y la desacreditación personal; no sea que sorprendidos, nos veamos como unos completos ignorantes e inferiores.

Una lógica enfermiza se desprende del hecho de no aceptar nuestras fallas; porque cuando éramos niños, si nos equivocábamos "estábamos aprendiendo" pero de adultos no podemos darnos el lujo de quedar mal delante de la gente; evidenciarnos como eternos ignorantes de una u otra rama del conocimiento no es una opción para nuestros extraordinarios intereses de protagonismo, hipocrecía o falta de humildad.

¿Pero qué peligro hay en acostumbrarnos a solucionar nuestras diferencias con insultos y descalificaciones? Sencillamente que nunca llegaremos a un razonamiento lógico, las ideas morirán y con ellas las buenas prácticas en la sociedad; no sorprende pues que sea tan sencillo que los medios y las figuras públicas nos puedan [o al menos eso pretendan] pintar una realidad de cartón, de plástico inflamable frente a la mínima expresión de lógica y verdad.

Cada vez resulta más complicado darse a la tarea de enfrentarse, o simplemente ignorar a quienes insisten en resolver las diferencias intelectuales al abrigo de las mentiras y las descalificaciones personales; al final será una tarea que se de por perdida si decidimos hacernos parte de esa cultura del engaño, o puede que llegue el día en que podamos sentirnos libres de opinar en base a un razonamiento lógico, sin temor a ser señalados o descalificados de entrada como si se tratase de un campo minado, que en cualquier momento nos hace tropezar con nuestra reputación o nuestras creencias y volar en mil pedazos sin oportunidad alguna de proponer una idea por buena o mala que ésta sea.

Mientras cualquiera de esas dos cosas ocurre, podemos seguir en la lucha de intentar razonar las opiniones y discutir sanamente, sería un error apartarse del camino de la discusión y el diálogo; uno de los grandes logros de la civilización, pero no para convertirlo en una especie de circo donde exponer sin razón la integridad de los individuos, que al final, son todos pasajeros y de corta duración; no así las ideas que prevalecen en el tiempo y se convierten en modos de vida y práctica en vidas y sociedades enteras.

Podemos convservar la clase, ser sobrios, equivocarnos cuantas veces sea necesario; podemos invertir horas y media vida si es necesario, en intentar llegar a acuerdos lógicos y dar un lugar privilegiado a la inteligencia, y con esto ir más allá de lo que aún hemos logrado como humanidad, como sociedad y como individuos; no así si seguimos contemplando las descalificación y la mentira como modo de práctica en las comunicaciones interpersonales; comprender que lo que hace una persona o un país, no justifica que los demás lo hagan; comprender que una reputació no invalida la capacidad motriz de un individuo; entender que al señalar las deficiencias de los demás, no nos hace mejores personas; y finalmente, abandonar esa pretención de superioridad moral e intelectual que tanto daño ha hecho a la humanidad.



Un saludo


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1 comentario:

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